Silvia Guillot
Los pasos se hacen pesados. Se hunden los pies en la superficie blanda.
Atrás queda el asfalto, las líneas curvas y rectas de esquinas, calles y veredas. También el ruido grave del motor de algún auto que pasa sin apuro.
Es otoño en la playa.
El aire cálido dejó en su lugar la brisa fresca y continua que precede la época fría. Poca gente en la playa. Mucha calma en la playa.
El ronroneo del mar recibe suave primero, más fuerte y rotundo después, a medida que se acorta la distancia que nos separa. Es amigo, el mar, aunque hoy se diga que no tiene alma o espíritu. Juega con las gaviotas. Regala espuma.
Las historias se cuelan entre las olas, susurran en el viento, se funden en la arena. La mía también. También la tuya.
Es otoño en la playa.
Más allá, el asfalto, la ciudad, los encuentros y desencuentros entre la gente.
Acá, los sentidos están despiertos entre el azul verdoso del agua salada, fresca e inquieta, y se producen solamente encuentros, con la naturaleza.