viernes, marzo 29, 2024

Opinión

El fin de la oligarquía

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oligarquia

Por Carlos Falcone

En el año 146 AC los romanos consiguieron un preciado objetivo: destruir Cartago, lo que significaba la desaparición del Estado Cartaginés, rival del Imperio Romano. Fue entonces que uno de sus senadores pronuncio una frase que parecía alejada totalmente de la alegría de los vencedores. Dijo: “pobre Roma, que se ha quedado sin enemigos”. Es que el enemigo, de alguna manera, afirma la identidad de su opositor. Si no hubiera sombras, que conocimiento tendríamos de la luz?

Hay sectas que proclaman que  Dios es lo único existente y que el Demonio es tan solo una creación literaria para que se pueda tener, por contraposición, idea y elección del Bien.

En un caso similar,  nuestro país está viviendo una crisis de identidad surgida de la desaparición de uno de los términos del antagonismo que dividió su historia.

Casi desde su mismo origen la particular conformación de nuestro territorio, con una pampa húmeda cuyas características permitían producir ganado y granos en condiciones ventajosas a las de otros países del mundo, promovió la formación de lo que fue denominada como “oligarquía terrateniente”.

Esta oligarquía estaba compuesta principalmente por un grupo de familias poseedoras de grandes extensiones de la pampa húmeda y conformaba una clase social que tenía como centro de acción el Jockey Club, se manifestaba en los diarios “La Prensa” y “La Nación” y expresaba sus intereses políticos principalmente en el Partido Conservador, aunque en el marco de los partidos de izquierda y derecha que ejercían la “oposición de Su majestad”.

Se trataba de una clase social capitalista, pero no burguesa. Sus ganancias se obtenían a partir de la propiedad de las únicas tierras de la pampa húmeda (sin posibilidades de competencia) y del apropiamiento de la renta diferencial que estas generaban, sin necesidad de reinversión ni de aplicación de tecnología.

Sus ganancias provenían no de producir en mayor cantidad y en menor precio, sino de ser los únicos capaces de producir.

Ese poder económico tuvo su correlato en el poder político, que detentó con la sola interrupción del Yrigoyenismo y del Peronismo, los que la desalojaron del mismo, pero que no modificaron las causas económicas de este poder.

Tanto el Yrigoyenismo como el Peronismo se modelaron en el marco de la lucha antiimperialista y anti oligárquica. Podíamos decir que la sociedad argentina y sus instituciones son, de alguna manera, producto de esta antinomia. Hoy podemos asegurar que esto pertenece al campo de la historia.

Esta oligarquía, tantas veces amenazada con la expropiación, ha muerto por causas mucho más naturales.

La división de la tierra por herencia, las condiciones de los mercados internacionales y las leyes de arrendamiento del último gobierno de Perón han provocado que desapareciera casi inadvertidamente su poder económico y su correlato político.

Tal como sostenía el escritor uruguayo Methol Ferre refiriéndose al imperio Británico, podríamos decir que los argentinos nos despertamos un día y nos encontramos con que la oligarquía nos había abandonado.

En su reemplazo ha nacido una burguesía rural que parece surgida en los proyectos de Arturo Jauretche de crear en la pampa húmeda una “fabrica de vacas y granos”, aprovechando lo que denominaba la “cibernética pampeana” y poner fin de esta manera al parasitismo y a la improductividad oligárquica que impedían el desarrollo del país.

En la actualidad esta burguesía se ha constituido prácticamente como el sector económico más competitivo y dinámico de la economía nacional. Su influencia en la vida política está en pañales porque, si bien se ha conformado como una clase “en sí”, no ha tomado aún la conciencia total sobre sí misma para constituirse  como una clase “para sí”, de acuerdo a la definición teórica que diera Carlos Marx. En realidad, solo el gobierno Kirchnerista y algunos dirigentes rurales son los que aún creen en la existencia de la oligarquía y se comportan de acuerdo a estos preconceptos.

Pero la real desaparición de la centenaria oligarquía ha caído como una bomba en la organización política e institucional del país.

Las organizaciones políticas populares, modeladas en la antinomia contra la oligarquía, se encuentran de golpe, como en la antigua Roma, privadas de su enemigo y con una profunda crisis de identidad.

En realidad, la sociedad argentina parece debatirse en esta incertidumbre. Y como el peronismo es el campo de batalla político donde se dirimen los conflictos de nuestra sociedad, es ahí donde con mayor claridad se vislumbra esta etapa.

El Justicialismo deberá formular un nuevo proyecto donde se tengan en cuenta las nuevas condiciones internacionales en que se desenvuelven los actuales procesos (Mercosur, globalización) y el nuevo actor interno que ha surgido (burguesía agraria) que debe ser contenido y limitado dentro de la organización popular y policlasista que nos legara el general Perón.

Si repite (como el gobierno K propone) el error que cometiera el radicalismo anti personalista al ignorar la aparición de la clase obrera en el 45, sufrirá las consecuencias de transformarse en un partido de minorías (por importantes que estas sean) y de perder el apoyo de los sectores populares. La nueva argentina buscará entonces como expresarse; porque la política, como la física, aborrece el vacio.