jueves, abril 25, 2024

Opinión

DECADENCIA ARGENTINA

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Por Kanki Fernández*

Leía un libro de Santiago Kovadloff, escrito sobre épocas ya pasadas, pero con una vigencia impresionante, donde decía que un factor decisivo de la decadencia argentina es la pérdida de tiempo. Del sentimiento del tiempo. Del valor del tiempo.

Perder el tiempo es perder la intuición del futuro, condenarse a un presente perpetuo. El presente se congela cuando solo hay lugar para la improvisación. En tales condiciones la vida debe ser inventada a diario. Aclaremos, desde ya, que inventar la vida a diario dista de ser un ejercicio loable de la imaginación. Es, más bien un indicio de falta de imaginación.

La Argentina es un país enfermo de inestabilidad. Fatídicamente reñido con los beneficios de la estabilidad.

El tiempo ha dejado de ser, entre nosotros, una herramienta de cambio para convertirse en un síntoma de nuestra inmovilidad. Y detenidos, no podemos tener futuro. Solo podemos tener lo que de hecho tenemos; presente.

Es erróneo creer que la decadencia implica una vuelta al pasado. La decadencia implica una condena al presente. Un encierro en el presente. El presente es el tiempo imposible. Con el nada se puede construir si no es desde el futuro. Desde un propósito. Desde un proyecto.

Cuando se esta empezando siempre, es cuando se está en decadencia y los hombres decadentes son los hombres fascinados por el presente, hechizados por el instante, por el espejismo de la actualidad.

Los hombres decadentes son inconfundibles; no aspiraran a transformarse sino a perdurar. Desean instalarse para siempre. Para ellos la perpetuidad importa más que sus convicciones. No tienen principios; tienen estrategias. No tienen creencias; tienen intereses, donde ellos triunfan, el futuro pierde toda relevancia. Es que tratan de sostenerse en la cresta de la ola. Al precio que fuere. Y la moneda esencial con la que pagan por lo que quieren es el tiempo: la dimensión del proyecto. Los medianos y largos plazos, en consecuencia, no importan. Cuenta únicamente la ocasión.

El hombre decadente se hace primitivo y donde el primitivismo abunda, escasea fatalmente la cultura. La capacidad de sacar provecho a la experiencia convirtiéndola en saber. En el don de prevenir y planificar. En la pérdida de la noción de futuro. En la imposibilidad de pensar.

En el orden político, decaer es no advertir que lo que personalmente se simboliza ya no es socialmente representativo. Es confundir lo que uno pretende ser con lo que la comunidad necesita ser.

Hoy, el primitivismo se perfila como el rasgo sobresaliente de la sociedad argentina. La argentina es una sociedad donde la experiencia no logra transformarse en enseñanza. Donde la mera necesidad de SOBREVIVIR, ya sea en el PODER o en el ANONIMATO, se convierte en un requisito primordial, y por lo tanto, más valorado que la sabiduría requerida para saber vivir y convivir. Es así como se cae en la simulación. En la farsa de pasar por lo que no se es. Parece, entonces como si trabajar tuviera sentido, como si no estudiar tuviera valor; como si contáramos con una moneda; como si no hubiera miseria; como si la justicia vertebrara la sociedad; como si en suma, la democracia consistiera en lo que aparenta ser.

* Concejal Frente Justicialista para la Victoria