viernes, marzo 29, 2024

Locales

Una mujer atrás de un par de ojos empañados

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Por Nadia Mansilla.

Sandra Rodríguez, dice su documento. Sin embargo, desde el 4 de abril de 2007, esta neuquina por opción, es conocida públicamente como Sandra Fuentealba. Así, sin el prefijo “de”. Sandra Fuentealba. Esa mujer. Era esposa, madre, docente y todas esas cosas que las mujeres deben ser, como una herencia o ese destino.

Tal como un edredón tejido, el mandato se transmite por generaciones. Ella pudo con todo eso y más, luego que la brutal represión contra los maestros que se manifestaban en Arroyito, Neuquén, se quede con la vida de su marido, Carlos. Se la arrebataron como un botín para calmar la disputa salarial que el gremio docente sostenían desde antes del comienzo del ciclo lectivo

¿Cómo está Sandra Fuentealba hoy?

Estos 11 meses que pasaron, fueron de mucho caminar, mucho andar. Hace poco que logré ver una perspectiva a futuro. Eso implica que una decide vivir. A veces la vida nos pone en un lugar en el cual debemos ser y no en el que queremos ser. Desde el comienzo, esta ha sido una lucha interna, porque desde un principio quise irme con Carlos. Y su asesinato también implicó, como docente que trabajo hace 20 años, un costo enorme para mí. Hoy, no sé si voy a volver a ejercer. Lo veo muy difícil, con todo lo que me representa el fusilamiento de Carlos en una lucha docente. Yo aposté a la educación como docente y esto fue lo peor que pudo pasarme en ese sentido.

Pero creo que cuando uno construye desde lo interior, como construimos con Carlos, y nos pasan estos golpes tan duros, lo único que hace mantenerte en pie es esa construcción interior. Mi búsqueda siempre fue esa: superarme como docente, llegar al arte como otro código con el que llegaba a los alumnos desde una forma distinta de comunicación, con lo grandioso que tiene la expresión artística. Esto también es contradictorio, porque hoy no puedo expresarme artísticamente. Pago todo lo sucedido con el costo de no poder pintar.

Se me hace muy difícil encontrarme con ese mundo.

Como si fuera un lugar por donde no puedo transitar todavía, porque estoy muy sensibilizada. Me es difícil reconocerme hoy, porque siempre tengo nostalgia por la Sandra que fui. Además, esto de ser pública sin haber querido serlo, ha implicado una metamorfosis grande y obligada. He sentido resistencia a cambiar muchas cosas. Y cuando uno se resiste a cambiar, en medio del dolor, se resiste a vivir. La vida es cambio, es crecimiento y superación. En eso, es una lucha diaria, como tenemos todas las mujeres, todos los días de nuestra vida. En esta pelea, he contado con el apoyo de mucha gente.

Entre todas esas personas, de todo el país, destaco el rol que juegan Fernanda y Silvia, dos amigas que han tenido el coraje y la valentía de estar en los momentos más difíciles de mi vida. Me sostuvieron de manera increíble, en una forma incondicional. Siguen al lado mío hoy, porque además de la pérdida de Carlos, ha habido otras pérdidas más. Amigas, mujeres que sienten el dolor desde el mismo lugar que una.

¿Y cómo están sus dos hijas, Camila y Ariadna?

Sé que en todo este tiempo cobré mucha fuerza como mamá. Estaba muy ausente. No me refiero a presencia física, sino a estar inmersa en el dolor. Hoy, somos tres mujeres en mi casa. Con edades muy distintas, porque Camila tiene 15, Ariadna 10, y yo 40. Mis hijas se convirtieron en mujeres y las tres nos apoyamos entre nosotras. Cuando estoy mal, las únicas que pueden contenerme son ellas. Me siento sumamente orgullosa de tener estas hijas que tengo, como espero que el día de mañana ellas estén tan orgullosas de su papá como de su mamá.

El momento más difícil que pasamos fue una recaída de Camila, después de la Navidad. Tenía una crisis de llanto, por la que tuve que llevar al hospital. Me decía que quería irse con su papá y yo le decía que no, que se quedara conmigo, que íbamos a salir adelante, que la vida iba a empezar a tener un sentido. Es real que, para que le pueda decir a mis hijas que la vida es creíble, lo mínimo que debe haber es justicia por el crimen de su papá.

En tremenda tormenta donde el sol será el veredicto que ponga tras las rejas a los responsables de la represión, Sandra mantiene vigente su resistencia. Sigue creyendo que no está completa, pero por lo menos puede decir que está viva, algo que no podía decir hace un tiempo atrás. A veces deja que esa fortaleza descanse un poco sobre sus mejillas, convertida en lágrimas. El resto del tiempo, sostiene una lucha sin pausa en búsqueda de justicia para Carlos. Su Carlos, su compañero, cuyo apellido es ahora suyo, porque lo llevará para siempre.