jueves, abril 18, 2024

Ecología, Nacionales

ECOLOGÍA: Los ritmos de la naturaleza – El otoño

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Por Antonio Elio Brailovsky

Queridos amigos, compartimos la vida en una sociedad que ha olvidado nuestra pertenencia a la naturaleza. Seguimos autorizando la edificación en zonas inundables. Seguimos construyendo centrales atómicas, sabiendo que les dejamos serios problemas a las próximas mil generaciones.

Nuestros medios de comunicación dedican más espacio al divorcio de un conductor de televisión que al desastre climático que afectó a varias provincias. Les importa más un olvidable romance, una alianza política que durará unos días, que el incendio de miles de hectáreas de los bosques patagónicos que tardarán un siglo en recuperarse.

Ante cada desastre se buscan culpas personales, y se esconden las responsabilidades institucionales. Mañana volveremos a culpar a otras personas de las mismas negligencias.

Tal vez esta perversidad sea intencional. Los que lucran con la destrucción de nuestro ambiente prefieren tenernos ocupados discutiendo el color de un vestido, el tamaño de un escote o las injurias que se dijeron dos políticos que ayer fueron aliados, hoy enemigos y mañana volverán a ser aliados.

Por eso nuestra intención de mantener una continua sensibilización acerca de los ritmos de la naturaleza.

Era un día cálido de finales de otoño -el día primero de noviembre- y, tras el prolongado verano sin lluvias de Grecia, la cañada se hallaba completamente seca; de sus laderas cubiertas de matorrales no rezumaba el agua, pero en el fondo encontré tierra rojiza y deleznable, reliquia quizás de la arcilla con la que Prometeo modeló a nuestros primeros padres. El lugar era solitario y desierto: no se veía ni un ser humano, ni señales de población humana; solamente la línea de torres y almenas desmoronadas que coronaba la cima del cerro hablaba de la vida animada desaparecida en un pasado remoto. El paisaje, al igual que tantos otros de Grecia, era apropiado para despertar en el ánimo de quien lo contemplaba el sentimiento de lo transitorio en la breve y agitada vida del hombre sobre la tierra, comparada con la permanencia de la naturaleza y, por lo menos, con su aparente tranquilidad y paz. La impresión que ejercía en mí se hizo más profunda cuando al aumentar el calor del día me tendí a descansar en la cima del cerro, bajo la sombra de unos hermosos robles, y me quedé contemplando el panorama distante, lleno de recuerdos del pasado, mientras perfumaba el aire el suave aroma del tomillo silvestre.

(James Frazer: “Memorias de un viaje a Grecia”